Confieso que jamás me sentí más vivo que cuando me libere por fin de la prisión que es este esqueleto. Debo reconocer también que volver a respirar fue y sigue siendo doloroso en alguna forma.
No se imaginan desde donde fue arrastrada mi alma en un segundo, hasta la humedad inerte en que se había transformado mi carne.
Tuve que afrontar la tristeza de volver a hacerme cargo de mi vida, el cansancio de mi mente, los dolores de mi espalda. Y la responsabilidad de ser un milagro entre miles de vivos. Tratando de escribir lo que no de puede definir, hablándoles con palabras de lugares sin nombres, sin frió ni calor.
Trato entonces de explicar, que tuve la sensación de que el tiempo ya no existía, y en otro de que estaba a punto de volver a nacer, algo muy sutil, como transformarse en un pequeño ritmo, un pulso, lo explico así por que hoy la vida en si no me parece mucho mas que eso.
Vivo afrontando el miedo de los míos,
que tratan de comprobar si sigo siendo yo y no un demonio encarnado en mi.
Es difícil solidarizar con el miedo cuando eso es algo que tu ya no tendrás mas.
Solo me consuela ahora el recuerdo del hombre que me conjuro el destino, pues me dijo y cumplió, que antes de que me tocara volver a la muerte, el recorrería el mismo camino que yo de ida y vuelta, que lo haría por que es lo justo, eso creo yo, incluso muchos años después, creo que fue por justicia.
