Tenia 13 años posiblemente la tarde en que decidimos con un par de compañeros de curso hacer calzones rotos para la hora del te.
Estábamos en la casa de Rene, en un pequeño departamento de una villa militar en la zona de Providencia.
Era una casa sombría, de colores oscuros, cortinas gruesas, muebles conservadores, escritorios con cubierta de cuero y una coleccion de libros y revistas de actualidad con una sección de Play Boy profusamente escondida, pero no secreta, en la última gabeta.
La foto oficial del radiante general Pinochet, en la pared de la oficina del padre de mi amigo.
Nunca me gusto estar en esa casa.
Rene nos dice mientras buscamos azucar en la cocina,
¿quieren ver lo que mi papa nos dejo para que nos protegiéramos si los comunistas nos atacan?
Se sube al último compartimento de la despensa, mete su brazo detrás del pure de papas en polvo y baja triunfante con una pelota pesada y evidentemente militar, nos deja sostener su peso, esa fue la primera y única vez que tome una granada de mano. Tenia 13 años y aun a esa edad no logre entender como te proteges de alguien o de algo con una cosa que hará volar tu departamento y a tu familia en pedazos.
El padre de mi compañero tenía más de un problema.
